Hay que darle la vuelta al refrán con lo sucedido a la expedición de Discamino: después de la calma, llega la tempestad. A los ciclistas de este reto les cayó un tormentón que hizo movilizar a los encargados de la logística para dejar todo resguardado, una etapa la décimo octava Aigües Mortes-Mèza que tuvo final feliz. Javier Pitillas nos lo cuenta en primera persona.
DÍA 23°.- ¡¡¿CUÁNDO APRENDERÉ A MANTENER LA BOCA CERRADA?!! (sólo a mí se me ocurre decir que el p… Murphy estaba de vacaciones)
Anoche, al acabar de cenar, nos cayó encima el cielo entero, lo que más temían los irreductibles galos de Astérix y Obélix. Una increíble tormenta de truenos, rayos y centellas descargó sobre el camping de bungalows en el que nos alojábamos. Suerte que la sentimos venir y nos dio tiempo a esconder los triciclos debajo del tejadillo del porche que si no se nos hubieran puesto buenas las cosas que colgaban de ellos. Cada vez los relámpagos eran más potentes y más fuertes los estallidos de los truenos, tanto que José Luis, nuestro cocinero navegante, curtido en mil tormentas en alta mar, casi se abre la cabeza del salto que pegó cuando uno de ellos cayó a escasos metros de la plazoleta alrededor de la que se ordenan las casitas de los campistas. Estaba hablando por teléfono en el porche y entró despavorido al verlo caer.
Pero no, no, que nadie piense que consideramos esa tormenta obra de Murphy, ni mucho menos. De hecho, el agua caída refrescó el sofocante atardecer y nos dejó un ambiente un poco mejor para dormir.
El problema vendría al amanecer.
Alrededor de las 6:30 de la mañana, después de recoger todo y cargarlo en la furgoneta, colocarle a los triciclos en los manillares los patrocinadores del día, calzar las zapatillas de pedalear, llenar los botes de agua, repasar el aire de las ruedas de las bicis, meter la silla de Iván en la furgoneta, hacer las fotos de los carteles y de la pancarta de Iván, colocar en la funda del móvil el papel con la ruta, colgar la funda del móvil en el manillar del triciclo, ajustar los cascos y viseras, encontrar un precioso tanga olvidado debajo de una cama del cuarto de las chicas, devolverle el tanga a su dueña, apretar las tuercas del sillín de Paula, apretarle las tuercas a Paula, subir a Iván al triciclo y despedirnos de José Luis….
José Luis: -Javi, la furgoneta no arranca.
Yo: -No fastidies. ¿Seguro?
J.L.: -Seguro. No hace ni mú.
Yo: – ¡¡Madre mía!! A ver… -y me voy a ver si soy más listo que Jose, pero no lo soy. La furgo no arranca.
J.L.: -¿Qué hacemos?
Yo: Prueba a dejarlo reposar como el otro día y a ver si nos funciona de nuevo. Nosotros hemos de marchar. No toques la llave hasta dentro de una hora y a ver si suena la flauta.
Pero no sonó. Una hora y media más tarde nos llama y nos dice que la cosa sigue igual, que ha conseguido unas pinzas pero que no hay ningún coche disponible porque todos los campistas duermen todavía. Vistas así las cosas, decide llamar al seguro. Una hora después hablamos de nuevo. Nada ha cambiado. De los del seguro no se sabe nada a pesar de haber insistido. José se hace cruces deseando que sea solo la batería y no el motor de arranque. Acordamos ir al de recepción y decirle que, por favor, avisé a alguno de los dueños de los coches, que ya es una hora prudente para levantarse y que les pida que nos dejen un momento su coche para arrancar el nuestro. Pasamos otros 45′ dando pedales con los dedos cruzados. Suena el teléfono. Es José Luis.
– ¿Qué, dónde os recojo?
– ¿La arrancaste?
– Jeje, si, por fin.
– ¿Cómo hiciste?
– Con las pinzas y con la furgoneta pequeña de un paisano.
– Olé. Vente hacia Mireval y cuando llegues danos un toque a ver por dónde andamos.
Al final no nos alcanzó. Llegamos a Balaruc-le-Vieux 10′ antes que él.
Pero no todo iba a ser malo. Ya hemos dicho la extraordinaria acogida que hemos tenido en todos los centros de Domus Vi en los que hemos parado. Pues bien, lo de hoy en la Residence Le Grand Chai, 13-15, Avenue des Bains de Balaruc-le-Vieux, no tiene nombre. Ha sido lo más extraordinario que se pueda imaginar. Al llegar nos tenían la comida preparada en el comedor con todos los residentes. Nos han enseñado donde dormir, donde ducharnos y nos han dejado una habitación para descansar durante el día. La comida magnífica, la cena de lujo, y repitiendo, y durante la tarde nos han dado una deliciosa merienda a base de bizcocho y refrescos. Además, por fin hemos tenido oportunidad de interactuar con un grupo de abuelitas que hablan o hablaban español. Ha sido un rato mágico con Madame Regina, Madame Monique y Madame Juanita. Regina se ha emocionado un montón al tener la oportunidad de recordar el idioma de su padre; Monique se ha arrancado a cantar «Tengo una muñeca vestida de azul…» recordando su niñez; y Juanita nos ha dicho que no le parecía serio que cantáramos la Marsellesa sin tener un buen motivo. Todas ellas saben ya situar a Vigo en el mapamundi. En definitiva, una bonita tarde.