En la carretera N-525, a unos siete kilómetros de Benavente (Zamora), entre Santa Cristina de la Polvorosa y el desvío a Vecilla de Trasmonte, hay una curva a derechas, no muy pronunciada. El 27 de julio de 2004, martes, hacia las 20.45 horas, unos 150 metros antes de esa curva, en un badén, debió de levantarse con furia la moto de Carlos Blanco, una Honda CBR600RR nueva, de 2004.
En una milésima de segundo, máquina y piloto quedaron a merced de la inercia. El cuerpo de Carlos empezó a desdibujarse hasta que se encontró de bruces con uno de esos canales de drenaje hecho de hormigón. En una esquina, todavía se ve perfectamente una muesca, como si un jedi hubiera cortado con un sable láser una pirámide de quince centímetros de lado en la base. “Ahí es donde debí de rebotar y me rompí la tibia y el peroné de las dos piernas”, señala.
A partir de ese instante, hay un espacio en blanco de varias semanas en la memoria de Carlos, la amputación de la mitad de la pierna izquierda, la reconstrucción de varias partes de su cuerpo y un largo período de recuperación. Un impresionante ejemplo de fortaleza y superación física y psíquica, huyendo del más mínimo atisbo de autocompasión o de queja, lo que le ha permitido desarrollar una vida plena, plagada de éxitos deportivos y personales.
Su logro más reciente fue conseguir ganar, por tercera vez, el Campeonato de España Handy ESBK. Carlos percibe la realidad de un modo distinto porque conoce la sensación de circular con una moto a más de 300 kilómetros por hora. Es piloto profesional desde hace varios años y dedica parte de su vida a impartir cursos de formación y concienciación para mejorar la seguridad de los demás.
En una mañana fría y soleada, Carlos muestra al redactor de ICAL el lugar donde aparcar el coche. Él detiene la moto en la otra margen de la carretera, se baja y saca algo del baúl de aluminio. “Mira, el casco y los guantes que llevaba en el momento del accidente”, dice.
El casco presenta señales de impactos y los guantes, simplemente, están destrozados, hechos jirones. Observa la reacción de asombro y sonríe. “Cada año, vengo el mismo día yo solo a este mismo sitio, a la misma hora, para reiniciarme. Al final, la vida presenta muchas complicaciones y corres el riesgo de que se te olvide lo que de verdad es importante. Solo con estar aquí un ratito, vuelvo a valorar la suerte que he tenido de poder seguir viviendo”, comenta.
“Veníamos un amigo y yo. Yo, vestido con bañador, manga corta y chancletas. Lo único que recuerdo es cambiar la marcha, abrir gas y, lo siguiente, estar en un hospital, atado, oír ruidos de máquinas y no saber que me había pasado”, relata.
Del Vespino a la Honda
José Carlos Blanco Aramendia nació en Bilbao en 1976 aunque se considera “netamente benaventano”. En su casa nunca hubo motos. De hecho, gustaban tan poco como a cualquier familia con adolescentes inquietos y deseosos de emociones fuertes.
A los pocos meses de nacer, destinaron a su padre, empleado de banca, a Puebla de Sanabría. Allí pasó “la mejor infancia que cualquier niño soñara tener, con mucha calle, mucho pueblo y mucha calidad de vida. Con 15 años, nos trasladamos a Benavente y me encuentro en una ciudad enorme para mí, donde no conocía a nadie”, indica.
Carlos compró su primer Vespino de tercera mano, ya con 17 años. “Jugábamos a ser pilotos y también hicimos algunas carreras en karting. Con 18 años, me saqué el carné de conducir y el de moto. Aunque no tenía dinero, sabía que tendría una, tarde o temprano”, recuerda.
Dos años después del ciclomotor, llegó la primera moto: una Kawasaki ZZR600 de 1991. “Era la que había de segunda mano en la tienda de motos donde iba con el Vespino. No había mucho donde elegir. Me junté con los moteros rapidillos de la zona. El que menos, me sacaba diez años, por lo que era el chavalillo del grupo. Caídas, resbalones y sustos fueron mi escuela para mejorar la conducción en calle. Alguna vez, íbamos al Jarama a rodar o a Braga (Portugal) pero era caro”, explica.
A los 28 años, se compró una Honda CBR600RR nueva, de 2004, una máquina espléndida de 599 centímetros cúbicos, cuatro cilindros en línea, motor con doble árbol de levas en cabeza, 16 válvulas, refrigeración líquida y una potencia de 121 caballos. “Me duró solo 21 días. Fue con la que tuve el accidente que cambió mi vida”, observa.
Prótesis
Carlos mira directamente a los ojos cuando habla. Mide un metro setenta y uno, pesa 90 kilos y cuenta con una complexión de esas que hace pensar al interlocutor que es mejor llevarse bien con él. “Quiero perder unos diez kilos. Me vendrá bien para todo. Ir con la prótesis tiene sus dificultades y, con menos peso, corres más, que la cosa se está poniendo complicada”, dice, en alusión a nuevos pilotos que se incorporan al circuito, especialmente un piloto italiano que ha llegado con muchos más medios, con el que hay bastante pique, aunque se llevan bien.
El aspecto de la prótesis es, por sí solo, impresionante pero gana varios enteros y destaca como si refulgiera en oro cuando Carlos pilota en plena competición, con la prótesis metida en una especie de cazoleta soldada al chasis y que él mismo diseñó, la resbaladera echando chispas y espectaculares toques ocasionales del codo con la moto tumbada de forma imposible en el asfalto. “La verdad es que impacta bastante. Me impacta hasta mí. Hace poco, me grabó en Jerez un compañero de Ponferrada y, cuando me veo con la prótesis, digo, mi madre”, reconoce.
El hecho de haber conseguido patrocinadores con suficiente peso para poder dedicarse de forma profesional a pilotar motos es toda una heroicidad. “Cuesta mucho. Hay que estar todo el día a pico y pala. Estoy agradecidísimo porque tengo los empresarios de aquí, de mi ciudad, de Benavente y de Zamora, que me están apoyando muchísimo y, para mí, es un orgullo que mi tierra me dé ese aprecio”, afirma.
Lo cierto es que ha logrado contar con el apoyo de la Diputación de Zamora, la Fundación Caja Rural de Zamora, el Ayuntamiento de Benavente, el Circuito de Ariza y una multitud de empresarios de la zona que le ayudan a mantenerse en la élite de su categoría y hacia los que siente un enorme agradecimiento.
Recuperación
El largo proceso de recuperación tras el gravísimo accidente tuvo como testigo a una persona muy especial, su novia, Elena, que acompañó a Carlos desde el primer instante. “Empezamos a salir un año y medio antes del accidente. El 1 de enero de 2025 hará 22 años que estamos juntos. He tenido muchísima suerte por estar con ella y le estaré eternamente agradecido”, asegura.
Justo tras el suceso, se produjo una prodigiosa secuencia de acontecimientos que permitió a Carlos seguir con vida. El padre de su compañero, José Novoa, gestionó la inmediata llegada de un helicóptero que agilizó el traslado al Complejo Asistencial de León, a pesar de que, prácticamente, había anochecido.
“Querían llevarme al campo de fútbol para recogerme allí pero me habría desangrado. Esa decisión de José Luis Novoa, que falleció hace poco, me salvó la vida. Me recogieron enseguida. Luego, vieron que el helicóptero marchaba hacia Zamora y el padre volvió a contactar con ellos para que fueran a León. El destino no quería que me fuera en ese momento”, considera.
La amputación de la pierna izquierda por debajo de la rodilla fue cosa de un joven cirujano, quien hizo presión para que no se produjera por encima de la articulación, lo que habría hecho prácticamente imposible que Carlos llegar a ser piloto profesional. No obstante, su cuerpo sufrió muchos otros efectos. “Me salvaron la pierna derecha pero tengo problemas. No giro bien el tobillo, no tengo fuerza en el dedo gordo, que da estabilidad al caminar. Recuperé el brazo derecho pero tengo dificultades en la mano izquierda”, indica.
Las señales del accidente son visibles en el rostro de Carlos, que sufrió una fractura grave de la cuenca ocular derecha y de la nariz. “Quedé con el ojo fuera de la órbita. Veo bien pero me quedó hacia abajo porque se partió toda la cuenca ocular y me la reconstruyeron con chapitas y tornillos y me pusieron una nariz nueva”, detalla.
“En los aeropuertos no suelo tener problema, aunque alguna vez pita la prótesis. No hace mucho, me di un golpe en la cabeza y tuve una buena brecha. Me pusieron puntos y me hicieron una radiografía. Veo venir a la médica por el pasillo mirando la radiografía y me dice: Pero, si tienes ahí dentro una ferretería. Le salió del alma”, apunta, con una carcajada.
La dureza de los acontecimientos vividos y la experiencia adquirida en su sinuosa trayectoria vital hacer que el piloto hable constantemente de seguridad, no solo en los cursos de formación que imparte, sino también en su discurso habitual. Toca con energía las diversas protecciones que lleva en la ropa técnica que utiliza para conducir una motocicleta y que le proporciona un aspecto a medio camino entre Terminator y Mazinger Z.
“Cualquiera puede tener un accidente pero, si vas con protecciones, mucho mejor. Recomiendo a todo el mundo quese proteja antes de subirse a la moto. Cuando eres joven y vas a tomar algo con los amigos ahí al lado, a diez kilómetros, en verano, es preferible no coger la moto en bañador. Vas a gusto y crees que nunca te va a pasar nada pero, al final, pasan cosas”, advierte.
Entrenar
Tras dejar el hospital, la silla de ruedas fue su aliada para desplazarse hasta que, un año después, se subió a un quad, ya que aún no podía utilizar una prótesis. “Podía sentarme. Estaba bien lo de las cuatro ruedas pero necesitaba dos ruedas, necesitaba la inclinación. Un día, probé una moto y me di cuenta de que podía hacerlo”.
Desde entonces, la progresión ha sido constante, con una retahíla de éxitos en competición oficial, coronada por los tres campeonatos de España Handy ESBK (España Superbike), además de los cursos de formación en varios frentes. “Una vez, unos jóvenes que se matricularon en el curso, reconocieron que, al verme con la prótesis, pensaron que habían tirado el dinero pero, luego, se fijaron en que, con una mano suelta, les indicaba con qué marcha debían coger la curva detrás de mí”, recuerda, con una sonrisa.
“El circuito te pone en tu sitio porque siempre va a haber alguien mejor que tú, más rápido que tú, que va a entrar mejor en la curva. Siempre. Entonces, lo que hay que intentar es fijarse siempre en los que van un poquito mejor. Y no dejar de entrenar, aunque no haya competición. Estos días del puente, estoy entrenando en Jerez”.
La exigencia física y psíquica de la competición es tremenda, especialmente para un cuerpo que ha sufrido semejantes desajustes y procesos de recuperación pero los dolores y la tensión no parecen afectar al piloto, en cuya boca se dibuja una sonrisa solo con pensar en las sensaciones de circular a velocidades extremas en un circuito.
Carlos Blanco pilota en circuito una BMW S1000RR, con pocas piezas de moto de calle, de manera que cuenta con escapes de competición con colectores, centralita de carrera, y suspensiones, frenos de disco y llantas forjadas ligeras especiales, todo ello, empujado por más de 200 caballos, que proporcionan, según los desarrollos, una velocidad punta superior a 300 kilómetros por hora.
El humor de Carlos, rayano en la provocación, es uno de sus grandes aliados porque facilita que el más torpe de los interlocutores comprensa su realidad y valore la forma de reaccionar ante las adversidades. “Antes, no hacía más que trabajar y me iba bien. Entonces, un accidente que casi me mata lo cambia todo. Tengo que procurar que la vida cambie pero a mejor en todos los aspectos. Ante la duda… ¡Gassss!”, aconseja. “Yo siempre duermo a pierna suelta”, concluye, con la prótesis en la mano.